Nos acostumbramos a que los deportistas destacados o de alto rendimiento, no tuviesen opinión política respecto a los acontecimientos sociales y visión de país, ya que deben preocuparse de entrenar y rendir, con eso basta. Para qué decir de que nuestras autoridades deportivas tuvieran conocimientos de gestión, políticas publicas e instalaran en el debate principios y valores rectores del deporte, eso es innecesario e incluso mal visto. Pero en los últimos días hemos visto como, al menos, en tres episodios esta barrera en la que estaba circunscrito el deporte, ha sido desplazada y con ello han reaccionado sectores de la política tradicional que no están acostumbrados, no entienden o simplemente, prefieren mantener el estatus quo en que se encuentra el deporte nacional.
Parecería inadecuado relacionar el deporte con la política, pero no lo es. El deporte ha formado parte de la política desde épocas muy remotas. Ha sido utilizado como instrumento de distracción pública para desviar la atención de la gente de sus problemas económicos y sociales. El “pan y circo” de los antiguos romanos, con sus gladiadores y carreras de caballos, está aún vigente. La vieja enseñanza política de que a los pueblos hay que darles espectáculo y entretenimiento para que sus ojos no se posen en sus malas calidades de vida ni en la corrupción o errores de sus gobernantes ha encontrado una frecuente aplicación en los tiempos modernos. Y los triunfos deportivos han servido como instrumentos de prestigio nacional, influencia política y proselitismo. En 1936 los Juegos Olímpicos de Berlín fueron usados por Hitler para promocionar el nazismo y pretender demostrar la superioridad de la raza aria. Y el dictador nazi se indignó con las cuatro medallas de oro alcanzadas por el corredor negro estadounidense Jesse Owens: en 100 y 200 metros planos, salto largo y relevos 4×100. Los regímenes comunistas convirtieron a las gestas deportivas en “correas de transmisión” de sus designios políticos. En la guerra fría EEUU y la URSS boicotearon, a su turno, los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 y de Los Ángeles 1984. Los Juegos Olímpicos de 1972 en Munich estuvieron marcados por una tragedia. Una banda palestina mató a dos atletas de Israel y secuestró a nueve, que luego murieron en el intento de liberación por la policía alemana. Como parte de la guerra fría, EEUU retiraron a sus deportistas de los Juegos de 1980 en Moscú, en protesta por la invasión soviética a Afganistán, actitud seguida por otros 64 países. Cuatro años más tarde la URSS se retiró de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, junto con 15 países que hicieron causa común. Pero estos conflictos disminuyeron al terminar la guerra fría y desde entonces las competencias olímpicas se han desarrollado con normalidad. Años más tarde EEUU y Cuba ensayaron la “diplomacia del béisbol” al autorizar el gobierno yanqui que un equipo de las grandes ligas viajara a La Habana en marzo 99 para un encuentro de béisbol con un equipo de Cuba. Esto no había ocurrido en los últimos 40 años. Triunfaron los norteamericanos en un partido intensamente disputado, transmitido por radio y televisión a toda la isla. El béisbol es una pasión nacional tanto en EEUU como en Cuba. Los jugadores norteamericanos fueron recibidos con un prolongado aplauso y Fidel Castro estuvo en la primera fila para ver la competencia. La “diplomacia del béisbol” tuvo la virtud de bajar las tensiones entre los dos países. Sin embargo, sus relaciones volvieron a descomponerse con la ascensión de George W. Bush y se abrió nuevamente una etapa de tensión.
Parecería inadecuado relacionar el deporte con la política, pero no lo es. El deporte ha formado parte de la política desde épocas muy remotas. Ha sido utilizado como instrumento de distracción pública para desviar la atención de la gente de sus problemas económicos y sociales. El “pan y circo” de los antiguos romanos, con sus gladiadores y carreras de caballos, está aún vigente. La vieja enseñanza política de que a los pueblos hay que darles espectáculo y entretenimiento para que sus ojos no se posen en sus malas calidades de vida ni en la corrupción o errores de sus gobernantes ha encontrado una frecuente aplicación en los tiempos modernos. Y los triunfos deportivos han servido como instrumentos de prestigio nacional, influencia política y proselitismo. En 1936 los Juegos Olímpicos de Berlín fueron usados por Hitler para promocionar el nazismo y pretender demostrar la superioridad de la raza aria. Y el dictador nazi se indignó con las cuatro medallas de oro alcanzadas por el corredor negro estadounidense Jesse Owens: en 100 y 200 metros planos, salto largo y relevos 4×100. Los regímenes comunistas convirtieron a las gestas deportivas en “correas de transmisión” de sus designios políticos. En la guerra fría EEUU y la URSS boicotearon, a su turno, los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 y de Los Ángeles 1984. Los Juegos Olímpicos de 1972 en Munich estuvieron marcados por una tragedia. Una banda palestina mató a dos atletas de Israel y secuestró a nueve, que luego murieron en el intento de liberación por la policía alemana. Como parte de la guerra fría, EEUU retiraron a sus deportistas de los Juegos de 1980 en Moscú, en protesta por la invasión soviética a Afganistán, actitud seguida por otros 64 países. Cuatro años más tarde la URSS se retiró de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, junto con 15 países que hicieron causa común. Pero estos conflictos disminuyeron al terminar la guerra fría y desde entonces las competencias olímpicas se han desarrollado con normalidad. Años más tarde EEUU y Cuba ensayaron la “diplomacia del béisbol” al autorizar el gobierno yanqui que un equipo de las grandes ligas viajara a La Habana en marzo 99 para un encuentro de béisbol con un equipo de Cuba. Esto no había ocurrido en los últimos 40 años. Triunfaron los norteamericanos en un partido intensamente disputado, transmitido por radio y televisión a toda la isla. El béisbol es una pasión nacional tanto en EEUU como en Cuba. Los jugadores norteamericanos fueron recibidos con un prolongado aplauso y Fidel Castro estuvo en la primera fila para ver la competencia. La “diplomacia del béisbol” tuvo la virtud de bajar las tensiones entre los dos países. Sin embargo, sus relaciones volvieron a descomponerse con la ascensión de George W. Bush y se abrió nuevamente una etapa de tensión.
La historia del deporte está íntimamente relacionada con la política. En términos antropológicos, según explicó Alejandro Villanueva, Magíster en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia y PhD en deporte de la Universidad de México, el deporte es un escenario que permite sublimar la guerra, pues es un campo de enfrentamiento simbólico que, si bien es cierto que dejan algunas consecuencias como rivalidades entre contendores, subliman la guerra y dejan en el espacio deportivo los enfrentamientos que podrían ser bélicos.
“La primera guerra mundial, por ejemplo, se sublimó a través del fútbol. Más adelante, la guerra fría que debatía al mundo en la bipolaridad del capitalismo versus el comunismo también fue sublimada a partir de este deporte. El deporte ha servido para catalizar procesos de reconciliación, pero también para abrir heridas. En 1969, por ejemplo, Honduras y El Salvador se fueron a una guerra justamente después de un partido de fútbol”, explicó Villanueva.
Villanueva agregó: “Juan Manuel Santos, al llegar a la presidencia era perseguido por el Gobierno Ecuatoriano como terrorista internacional por el bombardeo en territorio ecuatoriano, durante la presidencia de Álvaro Uribe en su lucha contra las Farc. Cuando fue por primera vez a hablar con Rafael Correa lo hizo a través del intercambio de camisetas de selecciones, una cosa simbólica poderosísima que también adoptó Correa, Evo Morales, entre otros”.
El deporte, entonces, por su condición de catalizador de asperezas simbólicas entre naciones y como forma de demostrar ser victoriosos sin necesidad de llegar a la confrontación violenta ha sido figurado en muchos capítulos en los que la política es tan protagonista en sus disputas como las contiendas deportivas.
Capítulos más destacados en los que la política y el deporte confluyeron
Algunos de los capítulos más famosos se desarrollaron en 1936, durante los Juegos Olímpicos de Berlín. Esta celebración deportiva fue utilizada por Hitler para promocionar el nazismo y, a su vez, demostrar la superioridad de la raza aria. Desde luego, al dictador nazi no le agradaron las cuatro medallas de oro alcanzadas por el afro estadounidense Jesse Owens, quien en 100 y 200 metros planos, salto largo y relevos 4×100 se coronó por encima de todas las demás “razas” que participaban en la competencia.
En el ámbito del boxeo, por ejemplo, hay también bastante para hablar. En 1936, el alemán Max Schmeling derrotó en Nueva York al estadounidense Joe Louis, por lo que fue ampliamente celebrado por el régimen nazi, así como por el Ku Klux Klan. Sin embargo, la adoración se convirtió en desprecio al año siguiente, cuando Louis, quien ya era campeón mundial, noqueó a Schmeling en el primer round. Según se ha dicho, este se trató del nocaut más significativo de la historia del dicho deporte, pues también significó una derrota a la supremacía aria de la que tanto alardeaba el régimen nazi y que no sería positivo para la propaganda política alemana.
Joseph Goebbels, quien se desempeñó como ministro para la Ilustración Pública y Propaganda durante el régimen nazi, y quien se ha destacado por su astucia para la comunicación política y la manipulación de las masas, señaló en algún momento que ganar una contienda internacional era para la gente, incluso, más significativo que tomar por la vía armada una ciudad con éxito. Podríamos imaginar entonces lo que significó para el régimen de Hitler que sus deportistas arios fueran físicamente inferiores a los afroestadounidenses.
Otro capítulo sobresaliente de confluencia de la política y el deporte se dio en los Olímpicos de 1968, en los que el “Black Power” fue tan protagonista como el deporte. Vale la pena recordar que durante la década de 1960 Estados Unidos pasaba por un revolcón civil protagonizado por personajes como Martin Luther King y Malcom X, quienes iniciaron movimientos en favor de los derechos civiles de los afrodescendientes en Estados Unidos. Cuando Tommie Smith y John Carlos, dos atletas estadounidenses en el podio hicieron el saludo del “Black Power”, distintivo para su lucha en el país norteamericano, el mundo vio que desde la instancia deportiva los afroamericanos también sentaban su grito de protesta. Además, era un hecho conocido por el mundo que el Dr. Martin Luther King fue asesinado un año antes de dicha competencia deportiva, y lo mismo había sucedido con Malcom X, que también había sido víctima de sicarios cuatro años antes de ese momento.
No deja de resultar curioso que los afroamericanos fueron la muestra en el deporte de la supremacía de Estados Unidos frente a la Alemania Nazi, y unas décadas después tuvieran que hacer saludos simbólicos de protesta para luchar por sus derechos civiles, ya terminando el pleno siglo XX. En esa ocasión, tanto Smith como Carlos subieron al podio descalzos y con el guante negro. En la actualidad, en la Universidad de San José State, en California, Estados Unidos, y donde los dos deportistas cursaban sus estudios, reposan las estatuas conmemorativas de su gesto, con los dos jóvenes en el podio haciendo el saludo referente al “Black Power”.
De la misma forma, otro hecho relacionado con política, incluso con la política actual, tuvo lugar en los juegos olímpicos de 1972. Tras 20 días de competencia en la sede de ese año, Alemania, el mundo presenció hasta dónde estaba llegando el conflicto entre Israel y Palestina. En la madrugada del 5 de septiembre de ese año, en Múnich, un grupo de palestinos que se hacían llamar “Septiembre negro” tomó como rehenes a un grupo de deportistas Israelíes y, a cambio de sus vidas, pedían la liberación de 200 palestinos en cárceles de la nación Judía. El resultado fueron 18 cadáveres: 11 israelitas, 5 secuestradores, un piloto y un policía.
De la misma forma, los regímenes comunistas convirtieron a las gestas deportivas en plataformas de transmisión de sus intereses políticos. Durante la guerra fría, tanto Estados Unidos como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) boicotearon, a su turno, los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 y de Los Ángeles 1984. En cada caso, primero impulsados por Estados Unidos, se retiraron de la competencia olímpica de Moscú la nación del Tío Sam junto con otros 64 países en protesta a la invasión soviética a Afganistán; y cuatro años más tarde La URSS se retiraría de las justas olímpicas junto con otros 15 países. Es decir, debido a sus conflictos políticos dos competencias olímpicas se fueron a la caneca.
Otro gran momento en el que el deporte y la política fueron de la mano es durante el mundial de Rugby de 1995. Un 24 de junio de 1995, en el estadio de Ellis Park de Johannesburgo la selección de Rugby de Sudáfrica, los ‘Springboks’ rompieron todos los pronósticos para ganar a la gran favorita del torneo, Nueva Zelanda. Con dicha victoria Nelson Mandela finalizó un plan para unir a los sudafricanos negros y blancos y borrar (dentro de lo posible) la huella del Apartheid sudafricano. Gente que nunca había celebrado una victoria de los ‘Springboks’ salió a la calle a gritar de alegría y aficionados blancos ondearon por las calles de las ciudades sudafricanas la bandera constitucional sudafricana impulsada por el Gobierno de Mandela.
Podemos seguir enumerando casos victoriosos del deporte, porque la lista podría resultar más larga de lo que pensamos, pero hay un último ejemplo que podemos destacar: en 1999 Estados Unidos y Cuba ensayaron algo similar con “diplomacia del béisbol”, y el Gobierno yanqui autorizó a un equipo de las grandes ligas para viajar a La Habana, con el fin de realizar un encuentro de béisbol con un equipo cubano.
Aquella vez triunfaron los norteamericanos en un partido intenso, transmitido por radio y televisión en toda Cuba. Vale la pena recordar que el béisbol es una pasión nacional tanto en Cuba como en Estados Unidos, como en Colombia, Brasil o Argentina lo es el fútbol. Fidel Castro estuvo en la primera fila para ver la competencia. Con esta estrategia disminuyeron las tensiones entre los dos países. Sin embargo, sus relaciones volvieron a descomponerse con la llegada de George W. Bush a presidencia y se abrió nuevamente una etapa de tensión.

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